Créeme cuando te digo que te quiero. Que te querría aunque fueras calvo, aunque engordaras treinta kilos, e incluso aunque no me quisieras. Que el sol podría apagarse porque tu ya me iluminas de sobra. Así que sí. Te quiero. Te quiero cuando me besas, cuando me acaricias, cuando susurras mi nombre. Te quiero hasta cuando te enfadas y me riñes. Y cuando nos peleamos por ver quien quiere más al otro. Y cuando te ríes de mi y de mis caras. Te quiero cada vez que me miras, todas y cada una de las veces que me tocas el alma, porque la piel, la piel la roza cualquiera. Aún así, también te quiero cuando me la rozas.
Pero no sólo te quiero cuando estás al alcance de mis manos. Te quiero todos los suspiros que tengo que esperar, en todos los kilómetros que te separan de mi cama por la noche, en todas las lentas horas hasta que nos volvemos a ver. Te quiero cada vez que veo tu coche, y cada vez que me parece verlo, aunque no sea.
Te quiero con todas las cosas que eso acarrea. Con todas las broncas, con todos los llantos, con todas las luchas, las crisis y los fallos. Con todas las notitas escritas a prisa pero que sacan enormes sonrisas. Con las pelis a tu lado en el sofá, con el tacto de tu barba sin afeitar, con los lunares que tienes en la espalda. Con los detalles. Pero, sobre todo, contigo.
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